Nota publicada en Revista Uno Mismo. Junio 2010
Por Alejandro Christian Luna

Recientes descubrimientos en neurología sugieren que la forma en que las neuronas de nuestros cerebros nacen, se desarrollan y mueren, es muy similar a la forma en que lo hacen las galaxias en el espacio interestelar.

Estamos en presencia de un espectacular ejemplo de fractal. Un fractal es un objeto semigeométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas. Dos objetos son auto-semejantes si sus partes tienen la misma forma o estructura que el todo, aunque pueden presentarse a diferente escala y puedan estar ligeramente deformadas. En décimas de milímetro (tamaño de una neurona) vemos casi lo mismo que en un espacio de cien mil años luz (tamaño de nuestra galaxia).

Los neurocientíficos describen por lo menos tres tipos de conexiones entre neuronas: en red (conexiones de ida y vuelta y en paralelo), en forma de rulo o bucle largo (en sentido uni o bidireccional) y en forma de abanico en una fina y sutil retícula a partir de diferentes centros (como aspersores y difusores).
Gerald Edelman fue quien propuso la imagen de una galaxia como correlato pertinente de lo que ocurre dentro del cerebro. Un conglomerado de gases, estrellas, planetas, polvo intergaláctico y materia oscura generan una fuerza de gravedad que mantiene unida (y en movimiento) a la galaxia entera. Asimismo, las millones de activas neuronas producen un tapiz electroquímico que provoca la estabilización de las redes sinápticas trazadas entre y por ellas mismas.

Por otra parte, últimamente se ha desatado una especie de furor por el estudio de la conciencia. Los “reduccionistas” reducen la conciencia a la actividad neuronal: todo pasaría por impulsos electroquímicos que nos dan la viva sensación de que estamos conscientes. Para ellos, la consciencia es tan solo un epifenómeno del cerebro, provocado justamente por la actividad de las neuronas; no podría haber consciencia sin un cerebro que le de sostén material. Otros, más metafísicos, sostienen que la conciencia está dada de antemano y que bien puede existir sin soporte físico alguno. El psiquiatra español Paco Traver hace una buena síntesis: la conciencia sería una interfase entre mente y cerebro.

Desde el punto de vista evolutivo, nos damos cuenta que lo que evoluciona es justamente ésta interfase, utilizando por un lado el soporte material disponible (materia gris, neurotransmisores, química hormonal) y por otro la dimensión mental (per se, inmaterial), el ámbito donde quedan registrados el sentido y el significado ulterior de nuestras experiencias.

Diversos estudios indican que los cerebros siempre han evolucionado en forma vincular (gracias a las recientemente descubiertas neuronas espejo) y que existen sintonizaciones entre cerebros que permiten sentir -literalmente- lo que el otro siente. Así, nuestras relaciones interpersonales también se organizan como las neuronas, en red, en abanico o uni / bidireccionalmente. La empatía y la afinidad que potencialmente pueden unir a dos o más personas, serían el equivalente de las reacciones químicas que permiten la estabilización y desarrollo de las sinapsis neuronales. Es evidente que esta conexión cerebro a cerebro puede ampliarse a la relación que entablamos con otros seres poseedores de consciencia o protoconciencia (los animales por ejemplo).

Como venimos repitiendo a lo largo de estos artículos, la Astrología justamente es un estudio, un lenguaje, una percepción que da cuenta de la correspondencia entre el cielo y la Tierra, el adentro y el afuera, el significado y el significante.

Que las galaxias y las neuronas mantengan un isomorfismo tan evidente acaso sea mucho más que una metáfora. Nuestra Vía Láctea -la galaxia que habitamos en uno de sus más suburbanos rincones- es la fuente simbólica y material donde nuestra Astrología abreva. Cuando la consciencia humana hace de puente entre las distantes e íntimas estrellas y los hechos o vivencias que gozamos y sufrimos día a día, el
símbolo astrológico toma forma y vive, respira, y evoluciona.

Las constelaciones que nos abrazan a través de la eclíptica nos muestran un sendero iluminado que no solamente aporta un significado real a nuestra vida, sino que también nos hace despertar a los misterios de la creación de las galaxias, las neuronas y la consciencia humana.

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