Artículo publicado en Revista Uno Mismo. Octubre 2014
Alejandro Christian Luna y Vanesa Maiorana

A lo largo de la vida construimos diferentes tipos de vínculo con los demás. Primero aparece la madre, con quien el vínculo es indiferenciado desde que estamos en su vientre hasta pasados unos cuantos meses de haber nacido, es decir, no podemos definir los límites que nos separan de ella. 

En la primera infancia aparecen las personas que integran nuestro núcleo más cercano: padre, hermanos, abuelos, alguna niñera, tíos, etc. Luego se agregan las maestras y los pares cuando empezamos a ir al jardín de infantes y a la escuela. A medida que vamos creciendo, nos vamos abriendo a nuevos vínculos y aparecen entonces los amigos, las parejas, los compañeros de escuela o de trabajo, etc.

Nuestra vida está repleta de vínculos a través de los cuales nos desarrollamos. La carta natal es un mapa de nuestras energías, que se manifiestan de determinadas maneras en los vínculos. Una carta natal está dividida en áreas de experiencia que denominamos “casas”. Así, por ejemplo, en las casas IV y X estará representado el vínculo con madre y padre, en la casa V el vínculo con los hijos o amantes, en la casa VII el vínculo con pareja y socios, en la casa XI los amigos, etc. 

En esta oportunidad, vamos a profundizar en las casas IV y X, I (Ascendente) y VII (Descendente), en los que vemos reflejados los vínculos parentales y de pareja. 

El eje Ascendente/Descendente. Yo y mi complemento.

Astronómicamente este eje es el encuentro del horizonte terrestre con la eclíptica. El Ascendente es el signo que está “ascendiendo” por el horizonte desde el punto cardinal Este. Si miramos al Oeste ahí está el Descendente, el signo que “desciende” por el horizonte para ya ocultarse de nuestra vista.

El Ascendente simboliza una energía que tengo que aprender a desarrollar y expresar a lo largo de toda mi vida. En principio, es una cualidad que no reconozco en mi, por eso el destino hará que sistemáticamente me ocurran situaciones y experiencias que estén relacionadas con ese signo en cuestión. Cuanto menos exprese estas cualidades, más tendré que “sufrir” en el afuera el tipo de situaciones que la energía exige, sin darme cuenta que soy yo mismo quien me pone ante esas situaciones, experiencias o personas.

Por ejemplo, en el caso del Ascendente en Escorpio, la persona tiene que aprender acerca del manejo del poder, de la intensidad emocional, de la transformación, del dolor. Y también puede tener el Sol en Géminis (valorando más que nada la comunicación, el juego, lo “superficial”). De esta manera la persona está energéticamente partida. En este caso los vínculos le traerian principalmente situaciones de manipulación, fusión y en muchos casos hasta abuso sexual. 

El Descendente, por otro lado, es la cualidad que de alguna manera nos complementa. Por eso vemos en la casa VII a la pareja, el matrimonio y el socio. Hasta que no desarrollemos las cualidades propuestas por la casa I difícilmente vamos a contactar con las cualidades del Descendente. Por eso es fundamental desarrollar primero el Ascendente para luego vivir la complementación vincular que nos corresponde.

En el caso que veíamos recién de Sol en Géminis con Ascendente Escorpio, hasta que el geminiano no desarrolle las cualidades de profundización emocional, contacto con la muerte, curación, transformación, etc, no va a poder disfrutar lo que el Descendente en Tauro le propone: una pareja pacífica, tranquila, práctica y muy sensual.

Es decir, nunca encontraré mi complemento ideal (Descendente) hasta que no descubra y me identifique con lo que en el fondo también soy (Ascendente). Los vínculos externos son matemáticamente correspondientes a mis vínculos internos. Como es adentro, es afuera…

La integración de las propuestas energéticas dadas por el Ascendente y el Descendente están directamente relacionadas a sus planetas análogos, Marte y Venus. En realidad podemos pensar las relaciones más importantes como la cruz angular compuesta por el eje I/VII y IV/X (ver figura 1). Desde el punto de vista de los planetas: Marte, Venus, Luna y Saturno. Es decir, relaciones con el sexo opuesto y con nuestra madre y padre.

El eje IV/X: Vínculos parentales.

En Astrología, el vínculo con la madre aparece representado en el signo en el que se encuentra la Luna, la casa en la que está ubicada y los aspectos de ésta (relaciones) con otros planetas. El vínculo con el padre como figura de autoridad, límite y sostén, aparece representado en Saturno (regente de la casa X). El padre también se refleja en el Sol, siendo el Sol un aspecto de la personalidad que está en proceso de búsqueda y transformación moviéndose hacia la auto-realización. 

Las casas IV y X representan también a la madre y al padre. En algunas corrientes astrológicas, se asigna a la madre la casa X y al padre la casa IV. Sin embargo, es el eje que ambas casas forman el que representa a ambos. A veces los roles no están tan claramente divididos y por ello es posible tomar en cuenta el eje completo.

Los planetas ubicados en esas casas también hacen referencia a los vínculos parentales de la persona. Por ejemplo, si Saturno se encuentra en alguna de estas casas, seguramente la persona experimenta a alguno de los padres como demasiado exigente, frío y autoritario. Si Marte se encuentra en esas casas, probablemente se manifestará cierto nivel de competencia con alguno de ellos, y aprenderá a través de esos vínculos a defenderse y luchar por lo que desea. 

La casa IV representa al hogar y al mundo interior, la casa X está relacionada a la profesión y la salida al mundo, la ética aprendida y los mandatos paternos. 

La Luna, la casa IV, la madre y el mundo emocional

El ser humano no puede valerse por sí mismo al nacer, no puede alimentarse por su cuenta ni trasladarse para conseguir alimento, ni protegerse del frío. Además, de igual manera necesita afecto y contacto físico. 

No es difícil imaginar entonces que desde que nacemos, tenemos que aprender a vincularnos con alguien que nos brinde los cuidados básicos. Si para sobrevivir necesitamos de otro, entonces aprendemos a interactuar de manera que ese otro nos acepte y nos dé lo que necesitamos. De este primer tipo de vínculo que construimos y que en general se da con la madre, se ocupa la Luna. 

La Luna, en Astrología, es el astro cuya función es la de nutrir. Por eso, cuando no podemos nutrirnos por nosotros mismos, necesitamos de un otro que haga de Luna: comenzamos a “proyectar” la Luna en nuestra madre o quien se ocupe de brindarnos los cuidados básicos. Por eso, “nuestra” Luna, se manifiesta en el vínculo con la madre. Por ejemplo, si la Luna está en Aries, las cualidades arianas de la Luna se manifestarán en ella… y entonces es posible que la percibamos como agresiva, invasiva o muy activa. Si tenemos la Luna en Tauro, las cualidades le traerán al niño contacto físico y abundancia de alimento y objetos materiales. 

La Luna cumple su función en las primeras etapas de la vida, aunque cuando crecemos y ya no necesitamos de otro para sobrevivir, lo que hemos adquirido de la Luna es un talento en el que somos expertos. Por ejemplo, con Luna en Aries hemos aprendido a defender nuestro territorio o a luchar por lo que deseamos. Y esos talentos los llevaremos para siempre con nosotros. 

Sin embargo… a nadie le resulta tan sencillo separar las cosas: una cosa es, con Luna en Aries, aprender a defendernos y otra cosa es defendernos de cualquier cosa como mecanismo, incluso cuando no es necesario defendernos. Con Luna en Tauro, una cosa es tener la capacidad de disfrutar de una rica torta de chocolate y dar un paseo por el bosque, y otra cosa es abrir la heladera cada vez que uno se siente inseguro o ansioso. 

Cuando la Luna se manifiesta de manera regresiva y aparece el mecanismo en otros vínculos como la pareja o los hijos, puede dar lugar a vínculos donde prima la dependencia emocional.  

“Para algunos, las demás personas constituyen un alimento lunar: un amante o la pareja, los hijos o los nietos, o incluso un círculo social o un grupo profesional o ideológico. Algunos disfrutamos simplemente de la compañía de los amigos o de la familia, mientras que otros dependen compulsivamente de ellos y reaccionan con gran angustia ante cualquier amenaza de expulsión del grupo o ante cualquier cambio de papeles en la familia.” Liz Greene.

 

Si las respuestas lunares se presentan, por ejemplo, en el vínculo de pareja, podemos imaginar cómo será la demanda de uno a otro y sus resultados. Si ambos despliegan, sin darse cuenta, mecanismos de defensa lunares, muy probablemente terminen como dos niños reclamando la atención del otro como si fuera mamá. Y desde ese lugar, es muy difícil que se puedan expresar las funciones de complemento masculino y femenino representadas por Marte y Venus. 

El complejo lunar entonces, nos da información acerca de cómo interactuamos con nuestra madre, pero también de cómo nutrimos a otros, y por lo tanto también nos dice algo acerca de cómo somos madre/padre. Aunque los hijos aparecen en el terreno de la casa V como manifestación de la auto-expresión, el vínculo con ellos también está determinado en parte por la función lunar. Una función lunar inmadura, puede generar vínculos de dependencia para con los hijos, con consecuencias negativas para el desarrollo de los mismos. Por ejemplo, una Luna en Escorpio inmadura podría generar sensación de ahogo a sus hijos, por una necesidad propia inconsciente de estar fusionado con el otro. Claro que en ese caso, muy probablemente el hijo tenga alguna cualidad lunar similar mediante la cual atrae una madre con esas características, ya que sincrónicamente nos vinculamos con personas con quienes podemos “engancharnos” energéticamente. . 

Saturno, la casa X, el Padre y la autoridad interior.

Saturno es el regente de la décima casa. El área de la vida (casa) donde se encuentra Saturno, es el área donde la persona se enfrentará con dificultades, donde deberá desarrollar la paciencia y donde adquirirá la capacidad de pararse con sus propios pies. Por eso Saturno se experimenta a través de la frustración, el encuentro con los propios límites y las dificultades. 

Esta es la función del propio Saturno en la carta natal. Pero mientras la persona no se ha desarrollado y la estructura psicológica no está lista para auto-sostenerse, la función saturnina es proyectada en el padre. El padre (o quien cumpla ese rol) es aquel que pone los límites necesarios, es la figura de autoridad y es el sostén. Por ello, la posición de Saturno por signo, casa y aspectos le da características a este vínculo con el padre. Por ejemplo, con Saturno en Capricornio o la casa X, una persona verá en las figuras de autoridad, una figura exigente, rígida, y posiblemente autoritaria. Estas serán características proyectadas de su propio Saturno, pero mientras sean proyectadas en el padre, por ejemplo, vivirán al mismo como exigente, rígido y autoritario. Ante esa figura, la persona reaccionará de diferentes formas según otros factores de la carta natal o el ciclo de la vida en el que se encuentre. Por ejemplo, alguien con  mucha energía acuariana y un Saturno en Capricornio o casa X, podría rebelarse ante su padre, desafiando los límites que éste le impone, dando como resultado cierta tensión en el vínculo. Una persona con capricornio fuerte en la carta podría acatar, en lugar de rebelarse, y construir dentro de sí un super-yo estricto y rígido, siendo muy autoexigente. 

La forma en que observamos la autoridad en las figuras de nuestro entorno, es la forma de la autoridad interna, a través de la cual nos auto-sostenemos. El vínculo con nuestro padre nos dará indicios acerca de nuestra relación con la propia autoridad. 

 

Yo y los otros

A medida que vamos creciendo y nos vamos abriendo a nuevos vínculos, también se va configurando una imagen de nosotros mismos. Esa imagen contiene aquellas características que vamos adoptando como propias y con las cuales nos definimos: yo soy esto, soy aquello, no soy esto ni aquello. Comenzamos a definir los límites del yo, a definir “quien soy”.  Y los vínculos primarios (madre, padre, cuidadores), juegan un papel fundamental en la primera definición del yo, ya que generalmente vamos construyendo el yo con las características que son valoradas por aquellos con quienes nos vinculamos, especialmente de quienes dependemos en las primeras etapas de la vida. Estas, a su vez, están determinadas en parte por la cultura en la que nacemos, las buenas costumbres y lo que es aceptado socialmente. Podemos ir imaginando que ese “yo”, en realidad tendrá mucho de “otros”…

A lo largo del camino de la vida, la función solar comienza a expresarse y empieza a aparecer el llamado a ser “uno mismo”. En ese camino, que en la psicología junguiana se denomina camino del héroe o proceso de individuación, la identidad conformada a lo largo de los años, funcional a las primeras necesidades, empieza a cuestionarse. Así, en caso de que el individuo emprenda un proceso de autoconocimiento, el “yo” comienza a reflejar una nueva identidad, una nueva imagen de sí mismo, más integrada y no dependiente de otros.

Cuando el yo o la imagen de uno mismo no es cuestionada, la persona realiza un esfuerzo enorme por sostenerla viva, y así se van sosteniendo los vínculos dependientes de ese yo. En este caso, los vínculos responderán principalmente a proyecciones de aquellas características propias con las que no nos identificamos (la sombra), que admiramos o rechazamos profundamente. La toma de conciencia de las diferentes energías que nos componen, a través de la carta natal, nos permite comenzar a integrar lentamente todas ellas, y así los vínculos serán más sanos.